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El galipote La madrugada era silenciosa y fría. Manuelo se levantó con el primer canto del gallo y metió sus fríos pies en lo que le quedaba de las botas de caucho. Buscó la bacinilla y se encontró con el piso húmedo a consecuencia de la poca puntería con que contaba, ya arrimándose a las siete décadas.

-¡Qué embromienda, carajo!- dijo y se secó la mano con el cubrecama. Extendió el brazo a través de la cama, rebuscando en la cabecera hasta encontrar los fósforos. En una silla estaba la jumiadora. Manuelo la encendió y caminó hacia la cocina.

-¡Jenq! Este día ta como raro- advirtió al abrir la puerta, como si hubiera oídos que le escucharan en la soledad de su bohío.

Dio la vuelta a la casa y luego se acercó al fogón, constituido por tres piedras que descansaban juntas dentro de la cocina techada de yagua, como abrazadas ante el frío de la madrugada. Al otro lado se encontraba el pequeño pilón, arrinconado junto a uno de los estantes, de donde estaba atado con cinchos de palma. El viejo levantó un paño que cubría la boca del pilón y sacó un frasco donde guardaba el café tostado. Todavía quedaban algunos granos.

Levantó la mano y empezó a golpear el café hasta pulverizarlo. Volvió a tapar el pilón con el trapo y entró al bohío en busca de la paila que había dejado en el rincón donde se comió los últimos trozos de yuca la noche anterior. Despegó los diminutos fragmentos que se habían quedado adheridos al fondo de la vasija.

Oyó caer un racimo de cocos detrás del bohío. Las gallinas se alborotaron y empezaron a cacarear como lo hacen cuando alguien se va del mundo. "Jenq, eto no e' coco ná", pensó y dejó la jumiadora al lado de la paila. Se acercó a la puerta, agarrando con la mano izquierda el machete que guardaba junto al esquinero. "No te apures". En el seto de atrás sonaron dos coletazos como si barrieran las yaguas desde afuera. "Tú va a sabei lo qu'é jugai con candela".

Se persignó, santiguó el machete y al fin salió, agachado, limpiando el seto con la camisa. Alargó el pescuezo y alcanzó a ver dos ojos brillantes, rojos, que pestañeaban al lado de la otra esquina de la casa. Manuelo pronunció una oración entre los dientes y escondió la cabeza. Volvió a mirar. Esta vez el animal saltaba dando vueltas, mientras de su cola salían chispas de fuego, tal como un tizón encendido cuando se blande en la oscuridad. El enorme perro, de color apagado, reducía un pie de largo en cada vuelta; el viejo seguía moviendo los labios, dictando como trabalenguas un salmo tras otro. Se acercó al animal, empuñando con fuerzas el machete levantado.

-¡No me mate!- oyó Manuelo a sus espaldas-. ¡No me mate, compadre, que soy yo!

Miró hacia atrás y no vio a nadie. La voz le era conocida. Volteó la cara nuevamente y la imagen del perro gris junto a la esquina había desaparecido. Allá en la cocina se veía un una pipa humeando.

-Jay, compai -dijo Manuelo-. Má' le vale hablai a tiempo.

El compadre se rió a carcajadas, quitándose el sombrero de paja. Manuelo caminó hacia la casa, envainó el machete y sacó la paila y la jumiadora.

-¿Y qué hace usté aquí a eta hora, hombre de Dió?- preguntó, echando queroseno sobre la leña del fogón.

-¡Jah Dios! Se me 'bía quitao el sueño y digo: "heme di a onde ei compadre a bebei café, y de paso le pego un suto a vei si e veidá que sabe".

-Ay, compadre, por ei santo sacramento. No me haga eso, de poi Dió. Usté sabe que hay gente que anda con mala intención, y uno no sabe cuále son. Tó lo galipote se parecen.

El compadre se quedó callado, concentrado en su Pipa.

Manuelo se calentaba las manos al fogón después de poner la paila con agua. Los gallos volvieron a cantar como a las cuatro. A través del patio, la claridad empezaba a descubrir el camino. En el cerro, el sol daba las primeras señales del nuevo día, como si resucitaran con él las flores de Cassia, al otro lado del río.

Cristino Alberto Gómez
16 de junio del 2008





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Writer Profile
Cristino Alberto Gómez


Poeta, ingeniero agrónomo y educador. Nació en Fondo Grande, Loma de Cabrera, el 24 de julio de 1987. En 2007 recibió el Premio de Poesía Biblioteca W.K. Kellogg en la Universidad EARTH, Costa Rica, con el poema “Ha vuelto el agua”. Su bitácora digital fue galardonada, en el marco de la XI Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2008, como uno de los cinco blogs distinguidos de literatura dominicana.
En 2010 publicó el poemario “Ha vuelto el agua”, difundido principalmente en Costa Rica y en las librerías virtuales. El mismo año, publicó de manera electrónica los libros “Quítame las horas”, “Sudores de cafetal” y “Arrancado de raíz”. Sus escritos en verso y prosa se han divulgado en diversos medios impresos y digitales, incluyendo antologías, blogs, diarios, revistas y portales literarios.
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